Pero aún así, el gobierno sueco, influenciado por la fuerza de la sociedad de cazadores sueca, con sorprendente poder político, ha continuado con su idea de eliminar a un 10% (aproximadamente) de la población de lobos de Suecia, algo ilegal bajo las normativas de la Unión Europea, que les ha dado un toque de atención que a la terquedad y cerrazón del ministro de Medio Ambiente sueco, Andreas Carlgren, sediento de sangre lupina, parece no haberle hecho ningún efecto.
Los lobos no mueren limpiamente. Son matados de varios disparos, algunos han huído, apareciendo muertos más tarde a consecuencia del destrozo de su cuerpo por el disparo de estos salvajes. Algunos han sido rematados tras haber caído heridos de muerte.
Suponemos que, como el año pasado, pueden caer más lobos de los asignados en el cupo. Los cazadores, ya sabemos, actúan como los psicópatas: no tienen empatía con su víctima. Un movimiento de su dedo les basta para acabar con una vida que creen a pies juntillas que les pertenece.
Pero hay decenas de miles de personas que queremos tener lobos amén de su papel fundamental en los ecosistemas. A ellos, esto les resbala. Incluso se han ido saltando las normas de seguridad al disparar, sedientos como estaban de sangre. La excusa del estado sueco, por su parte, es el control de la consanguinidad de los lobos. Parece mentira que haya tantos suecos que apoyen cosas como estas, siendo un país de gente supuestamente tan bien cultivada..
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