viernes, 21 de enero de 2011

Cazorla, la catedral de la sierra andaluza

Son cumbres que superan los dos mil metros de altura, como las de Cabañas (2.028 m), el Puntal del Buitre (2.007 m), el Cerro de las Empanadas (2.107 m) o el Alto de la Cabrilla (2039 m). Se abre ante nosotros un paisaje que pareciera propio de latitudes más septentrionales de la Península Ibérica, si no fuera por su flora y fauna propias.

Se trata del mayor espacio protegido de toda España y el segundo de Europa, el alma de la Cordillera Bética, cuya riqueza se prolonga a través de los bosques y montes que se van integrando en las sierras colindantes. Las masas forestales de pinos se internan en las vecinas Sierras de Albacete y de Sierra Morena y se extienden hacia el sur, estableciendo un perímetro de sempiternos vigías de hoja perenne frente a las puertas de Granada. Unas selvas que beben de las aguas bombeadas desde el corazón de las sierras a través de sus arterias fluviales.

En el interior de las sierras, dos de los ríos más importantes de España ven nacer sus primeras aguas. Se trata del Guadalquivir y del Segura, cuyas corrientes tomarán rumbos opuestos, hacia el este se encaminará el primero, el segundo, hacia el oeste.

La llegada de la primavera proporciona una fuerza adicional a los torrentes que se abren paso ensanchando sus cauces, despedazando terrones y volviendo a inundar aquellas zonas que el olvido hídrico del estío había desecado meses atrás. Son aguas saltarinas, vigorosas, llenas de alegría. Aguas joviales que brincan en un canto a la vida, antes de llegar a la madurez, allá donde la corriente se remansa río abajo.

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